“Eres tú, guerrero águila, el hombre de valor y de verdad. Ahora adquieres tu estatura perfecta. La de un guerrero. Tu misión es andar por el mundo, velar por los pueblos, defender la verdad y el honor. Mostrar con tu ejemplo nuestra sabiduría, enseñar a otros, orar por otros, educar en estos misterios”
“Siempre que recuerdo esta frase se me enchina la piel” – repetía Cuahutli-. Cuahutli era un joven como cualquier otro, soñador, crédulo, respetuoso, trabajador y orgulloso de formar parte de una civilización maya. Su metro con cincuenta, pies y manos pequeñas y una prominente delgadez no eran impedimento para que Cuahutli soñara con ser lo que su abuelo había logrado: SER UN GUERRERO ÁGUILA.
Cada noche hasta antes de su muerte, el abuelo de Cuahutli, Xolotl, le contaba historias de su juventud, historias plasmadas de fantasía y heroísmo, mismas historias con las que Cuahutli soñaba alcanzar un día. Vivencias de las que algún día formaría parte. Todo lo que sabía, lo había aprendido de su abuelo.
-Hay hijo, tú serás lo que quieras ser, nada mas échale hartas ganas- le decía su madre. –Claro que sí, yo lo sé- respondía.
Cuahutli ayudaba a su padre en el campo, hectáreas de campo fértil que ayudaban a subsistir a su familia. Habitaban una comunidad maya pequeña, en comparación de las grandes comunidades indígenas lideradas por hombres fuertes y valientes. A Cuahutli nadie le quitaba de la cabeza ser un guerrero águila, portar aquel uniforme colorido, cubierto de plumas, bandas de piel en las piernas, y en la cabeza usar cabezas de águilas, o diseños con cabezas de águilas. Eso era lo que más añoraba.
Se acercó la noche. Afuera, en el campo, se escuchaban los ladridos de perros desesperados anunciando que un peligro se acercaba, eran comunidades enemigas, comunidades de gente blanca que lo único que buscaban era desterrar a los nativos para construir grandes ciudades y esclavizarlos. Al asomarse por la ventana, el papá de Cuahutli observaba a unos cuantos correr despavoridos huyendo de la masacre de la que serían presas, y a otros cuantos armándose con lanzas, flechas, machetes y objetos que tenían a la mano que pudieran hacerle daño a los enemigos.
-Cuahutli, corre, huye con tu madre y tus hermanos, ¡sálvense!- Le gritó su padre. -Padreeeee!!!...- Fue lo último que le pudo decir.
La ira e indignación le corrían por la venas -es el momento- Se dijo. Con los pocos materiales que podía conseguir en su refugio dentro de la selva, confecciono y diseño su uniforme, todo lo que necesitaba saber acerca de ser un guerrero águila lo había aprendido de las historias de su abuelo. El se sentía capaz de hacer lo correcto y vengar la muerte de su padre y habitantes de su pequeña tribu, ya todo estaba escrito.
Primero fungió como un espía, tal y como le dijo su abuelo. Aprendió a leer los movimientos de sus enemigos, sabía todo de ellos. Prosiguió a fabricar sus propias armas; dardos, dagas, espadas y arcos con flechas, fueron sus principales aliados en la lucha para vengar a los justos.
Su estrategia de ataque la realizaba en las noches, sus grandes habilidades para escabullirse entre árboles y rocas sumadas con el gran camuflaje de su uniforme y su piel morena a tal grado de parecer una sombra, le fue de gran ayuda para escabullirse en las propiedades arrebatadas y cercadas por los hombres blancos.
-Ahí están esos malditos- Lo dijo en mente. –Me escabulliré y acabaré uno por uno como hicieron con mi padre y mis amigos-. Brinco como un chita para atacar a su presa, sujeto a un hombre y lo ahorco con una liana que traía consigo. Nadie pudo ver lo que estaba sucediendo. Poco a poco comenzó a derribar a los hombres que resguardaban el lugar. Asustados, los hombres blancos pensaron ser atacados por los espíritus de los lugartenientes legítimos que habían matado.
Los pocos hombres blancos que quedaban se armaron de valor y acompañados con espadas y lanzas, comenzaron con la búsqueda de aquella amenaza que acababa con ellos lentamente. Cuahutli logro esquivar los ataques de los enemigos, y con gran habilidad logró acabar con más de ellos. Una explosión se escucho de entre la nada. Cuahutli yacía encima de las hierbas de aquel lugar. Había sido derribado. Sin esperanza, agonizando, desangrado. Todo llegaría a su fin.
El líder de los hombres blancos le había disparado, ordenó traerlo a sus pies para acabar con el de una vez por todas. –Eres un muchachito muy valiente- Le dijo el líder –pero eso ya no tiene importancia, morirás sin más que decir ni lamentar-. La mano de aquel hombre comenzó a entumirse y a hacerse polvo, todos los que observaban empezaron a tener los mismos efectos.
-Cuahutli, pasaste por alto la preparación de un guerrero águila- se escucho de entre los cielos –mereces la muerte-. Era su abuelo Xolotl. –Sin embargo los dioses te perdonan por tu valentía al vengar a los justos-. Cuahutli se había recuperado de sus heridas y portaba un verdadero uniforme de guerrero águila.
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